Recién hace unos días escuché la presentación que la doctora Karen Cordero hizo del libro Habla todo lo que quieras de Melissa García Aguirre durante la feria de Minería, y sonreí mientras la oía decir que sus palabras sobraban porque cito: “se trata de un texto de una fuerza en su configuración y costura tan cuidada que podríamos decir que palabras (las mías) sobran, en cierto sentido.”
Pienso lo mismo. Me siento así. Admiro mucho a la presentación que hizo la doctora Karen Cordero, al mismo tiempo que entiendo como ella, que las y los que presentamos este libro, nos sumamos a la voz de Melissa, y al final, somos una continuación de ese cuerpo/cuerpa que crea Melissa en su obra. Y que esto es parte de la gestación política y de la ética de un trabajo que pone delante el compromiso y el rigor, un trabajo en el que se encuentra dialogando lo literario con lo analítico.
La doctora Karen Cordero habló muy acertadamente de ese libro sobre todo cuando subraya que Melissa no esconde nada pero lo dice todo sin vociferar, y me parece que es cierto, y que hay una gracia propia a su escritura, visible desde la portada, con esa mano que tiene la expresividad suspendida de una ave, suspendida en el gesto, entre la nota y la caricia. Es una mano que está a punto de decirnos algo. Esta mano está cubierta de cicatrices. Acércanse un poco y verán las heridas. Las cicatrices de la mano son el resultado de un performance con la sábila, la que es suya, la que transplanta, la que nos trae al frente una y otra vez, la planta que da el colágeno y la eterna juventud, la planta que todo lo cura, sobre todo, las heridas en la piel. Es con esa planta que se muestra la herida. Así acontece con la lengua, cuando se abre el libro. Me gusta mucho que la tipografía del libro sean tan diminuta que tengamos que entrar con la cabeza entera. Como en un cuento de la infancia o en el interior de una cueva. Dentro de algo que nos absorbe y nos pide poner atención.
Karen Cordero dice que Melissa continúa la convicción feminista que lo personal es político. Es muy cierto, y hasta pone a la vista que lo íntimo es político. Porque los órganos, los secretos de la familia, los cuerpos valientes de sus mujeres, lo que esconde el joyero que también es el útero, todo el ensayo de Melissa nos lleva de lo íntimo a lo colectivo. Por otro lado, me parece que la construcción de la escritura de Melissa es la de un tejido, algo como una trenza en la que ficción, análisis y pensamiento se contestan continuamente. Hay que estar dispuesta a transportarse entre las disciplinas, los espacios y las voces propias del cuerpo y de la letra. Es una escucha atenta a los órganos que son vitales, lo vivo-biológico y sus ecos, y las palabras que los producen en el lenguaje.
La escritura de Melissa presenta el trabajo de análisis ya digerido a su lector. Nos pasea por sus descubrimientos en una búsqueda que fue muy localizada (el miedo como dispositivo de la violencia) de manera muy detallada y con un cuidado por la elección precisa de la palabra. Melissa elige sus palabras y sus gestos, metódicamente. Es como asistir a una cirugía. Ciertamente hay un método medical atrás del gesto. Está palpable. Es un procedimiento muy preciso. Me atrevo a decir que lo es. No nada más es una cirugía de lo emocional. Es un cirugía del símbolo y del signo. Por eso quedan marcas o objetos en el camino. En ello se unen palabra y gesto: tienen el mismo valor, y que este valor es un punto de unión al momento de pensar, sentir y vivir el cuerpo. Lo que quiero sugerir, aparte, es que cada frase es la contención de mucha experiencia. Cada frase es la manifestación de una ética del habla por así decirlo. El cuerpo es escritura.
En el trayecto de Melissa, se acota, se corta, se talla, se habla, se muestran las marcas, los objetos rotos, perdidos, encontrados, las cosas cosidas, recosidas. Estamos entrando un cuerpo sin órganos, un cuerpo exquisito. Me interesa mucho profundizar sobre la naturaleza de ese cuerpo porque creo que aquí está el nodo analítico que une el performance a la escritura y crea una continuidad en la obra. Porque desde este cuerpo nace el sentido y muere la duda, porque la experiencia precisamente se almacena en el cuerpo. Todo se escribe ahí.
A Melissa le basta desplegar la escucha. Melissa sencillamente dice. Me escuché. Me paré y empecé a escuchar cada parte, cada músculo, cada órgano. Y escuchando me di cuenta que solo bastaba escuchar para oír. Y esto me parece un gran descubrimiento. Es en este descubrimiento que ella comienza su libro. Por eso hay que hablar. Hablar acalla el miedo porque el miedo hace ruido. Es ruidoso, y es también un ruido que se escucha en el silencio porque hubo violencia, hubo escenas de las que nunca habla. Entonces de inicio, estamos en el ruido que es silencio y en el silencio que es ruido. Entramos por una cavidad al cuerpo, es la oreja. De la oreja a la lengua, de la lengua a la piel, de la piel al recuerdo, del recuerdo al objeto, del objeto a lo femenino, de lo femenino a la circunstancia que simultáneamente es historia y genealogía, y de ahí, al útero y del útero a la matriz, de la matriz a la muerte que también es la vida. El círculo quedó cerrado para comenzar de nuevo. Vivir y morir. Y vivir de nuevo y así. De cavidad a cavidad. Cavidades que no son lugares comunes. Son sitios específicos. Propios.
Cuando el órgano reconoce sus partes, busca en el entorno. O quizás sea al revés. Nos dice la escritora que recuerda cuando toma conciencia del límite de la piel, de la porosidad de los adentros; en los sapos aplastados y secados al sol, en el último momento de vida del abuelo, en los cerdos disecados. Y ahora quisiera mencionar, ya que estamos con los órganos y con el retorno de las cosas muertas y vividas, quisiera mencionar ahora el destiempo entre las imágenes y el texto en el libro. Porque es un libro ilustrado. Es un libro que muestra la documentación de un archivo personal, de vestigios de acciones que tomaron lugar, de objetos de vinculo afectivo y emocional.
Cuando se menciona la piel en el texto ya estábamos dentro de ella con la imagen dos capítulos antes, cuando se habla de la casa miramos la nada que es un campo lleno de verde. Fotografía que es textura, solamente textura, evocación y gesto. Que no ilustra exactamente lo dicho sino que aparece un poco antes o un poco después de la palabra. Si la piel de cerdo es un terciopelo, el joyero es un pájaro de porcelana roto. Es esa permanencia de un recuerdo que solo finge como un punto sobre el camino que permite a Melissa concluir y abrir sus propios senderos para llegar a casa. La casa es el cuerpo. La casa-cuerpa. Una sola vez se usa cuerpa en el libro. Por ello, marca. El cuerpo que es la casa, y la casa que es el mundo y así circularmente, tiene vinculo con el capítulo que se llama tierra. La tierra como punto de unión y de convivencia, de reciprocidad y amor humano. Es un muy bello momento en el libro ese. Como un círculo de convivencia en el que las mujeres conocen la solidaridad de ese dolor tan callado que las hizo fuertes, organizadas ante la adversidad. Donde caben todas las abuelas y todas las madres.
Voy a leer un fragmento acerca de la casa y del cuerpo:
No digo casa y cuerpo de forma liviana, mi casa hoy es una extensión de mi cuerpo, mi cuerpo ya es una extensión de mi casa. Cada parte de ella está ligada a un órgano, así como los órganos que me componen se vinculan a sus objetos, salas y rincones. Pero mi casa es más que este espacio erguido entre paredes, más que una construcción, es una geografía. En ella, se integran el río de mi infancia, los sapos aplastados, las ubres de la vaca y los pedazos sangrantes del puerco sacrificado, colgados todos en hilera, atravesados por ganchos gruesos, oxidados: todo eso es una casa, un cuerpo.
De niña algunas personas vivieron también aquí, hoy me gusta pensar que las he expulsado a todas. Lo hice porque fui ocupando más espacio para mí y cuando ya no quedó nadie comencé a expandirme, fui estructurando el espacio negociando entre las necesidades y los recursos, entre las urgencias y las posibilidades.
Este fragmento nos muestra que opera un paisaje-densidad en la obra de Melissa. El órgano ahora es una geografía poblada de topografías. Y este es un sitio en el que ya no domina lo social, lo construido socialmente, la definición pedagógica. Existe una planicie virgen y llena de vida. Se dibujan otros símbolos más armoniosos y arcaicos. Los signos son el camino sobre el sendero. La historia, la circunstancia cedieron el peso a la libertad, a lo salvaje, a la roca y la hierba como constitutivos de la identidad.
El trabajo de desprendimiento del ego no es exactamente el que nos acerca la filosofía oriental sino que deriva del ejercicio de la disección y del re-acomodo, como un ejercicio necesario para la creación de un yo propio, más que de un deseo de evasión o superación. El espacio de ese yo necesariamente es el de una expansión, de una fusión con el entorno, en el que mirar dentro equivale a mirar fuera, en un cuerpo que procura lo real y lo objetivo. Diría que es un reto y una pregunta activa que la escritora lanza al análisis. Porque supongo que el análisis daría otra respuesta a esa afirmación sobre las líneas, los contornos y los límites.
Virginie Kastel
Fotografía de Andrea Sánchez Navarro.
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