de Yolanda Leal, por Virginie Kastel
Publicar un libro con un artista trata de comprenderse y traducir juntos una idea en el formato del impreso, por lo que me pregunto a veces si el editor tiene un puesto de anticipación o de demora ante el trabajo de interpretación del arte. Por otro lado, en un libro ilustrado, y más en el proyecto de un artista conceptual, la relación entre texto e imagen nos habla, más allá de intenciones, de evidencias. Quisiera subrayar esa noción de la “evidencia” en relación con el trabajo de Yolanda, que considero es central. Me parece que Yolanda Leal tiene una carrera dedicada a un acercamiento frontal, directo y sin muchas demoras al concepto y a la noción de identidad. Para ponerlo muy sencillamente, ella confronta las conductas y su relación con la circunstancia.
A Yolanda se le ocurrió preguntar a personas con las que convivía en una época acerca de su dolor más grande, “el peor dolor” en el sentido de dolor inolvidable. Para una fotógrafa autobiográfica, podría decirse que el dolor fue el pretexto para ir debajo de la piel y del rostro, quizás más allá de sí. La metáfora del cajón abierto es la de una entraña a la vista, como un algo que termina siendo tan impactante que ella no lo podía representar tan directamente. Es la panza como metáfora. Me parece que la cartulina amarilla de la portada podría entenderse desde ahí. Y más: llama la atención. Yolanda tenía muy claro el pequeño formato y el papel de la portada cuando me compartió su proyecto.
Para llevar a cabo este proyecto de entrevistas, Yolanda tuvo que traspasar un límite acerca del silencio, del cuerpo y de la persona. Grabó los testimonios en forma anónima, lo cual es cuestionable en el plano tanto ético como legal. Cuando confesó su gesto, las personas no parecieron sorprendidas, algunas ya intuían que esa pregunta que les había hecho había sido algo fuera de contexto, fuera del lugar de la cotidianidad.
Por otro lado, el tener que esconderse para revelar unos secretos (lo que era necesario en ese momento para Yolanda que sentía que sino nadie le iba a contar francamente sus historias) y completarlas con fotografías (documentos) El hecho es que la pregunta fue directa y muy poco diplomática: ¿cuál ha sido tu peor dolor? Claro, Yolanda encontró el impacto en las respuestas porque la pregunta lo implicaba. Aunque sé que en su intención hay menos premeditación que impulso, me pregunto si hay algo más que un morbo o una curiosidad o un deseo de intimar en eso de haber grabado en secreto, de haber entrado a escondidas en los cuartos, tomando de testigos cajones y objetos personales.
Por otro lado, a nivel fisiológico inclusive, el dolor nos genera placer (las y los que se depilan saben de qué hablo aquí), parece que sabemos convivir con el dolor. El dolor no está necesariamente vinculado al trauma, sino que es un hecho del cuerpo. Es en la acumulación de experiencias y afectos malogrados que el dolor deviene un problema para la existencia.
Los entrevistados hablan del dolor de muchas maneras: el dolor de no sentirse uno mismo, el dolor de no amar y sólo poder ser amado, el dolor de amar demás sin importarse o ser correspondido, el dolor de la pérdida, el dolor de los traumas físicos que terminan habitando el cuerpo. Todos estos dolores hacen testimonio de una violencia sobre la integridad del cuerpo. Los testimonios me llevaron a pensar que el dolor, finalmente, era algo tabú en la sociedad aquí representada al mismo tiempo que podríamos decir que existe una cultura del dolor.
Existe un conductor entre el dolor del cuerpo y el dolor del alma; como si ambos, al no ser advertidos por la palabra que nos permite nombrar y situar, podrían no más acumularse como en el cajón. Es ahí que entra la psicología. Creo que la lectura de Cristina Kennington es importante en este aspecto: la psicología como estudio del alma tiene por herramientas las palabras. Las palabras y el orden en que elegimos usarlas delatan nuestros juegos mentales. El proyecto de Yolanda toca ese punto sin querer resolver nada de ello, nomás, nuevamente, lo “evidencia”.
Sugerí la noción de evidencia sin desarrollarla. Quisiera plantear que, al exponerse a realizar un trabajo a escondidas, Yolanda expone una dimensión de la ley. Me parece que la publicación comparte rasgos con el resultado de una investigación policiaca; las fotos siendo las pruebas, la confirmación de algo latente, inquietante, de una acción inminente como erupción de la violencia y los métodos para acallarla. La publicación, entonces, nos atrapa entre ser un lector-detective buscando una pista y un lector-voyeur que intenta comprender algo más acerca de su pulsión.
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